Considero inaceptable lo dicho por el comandante máximo de las FARC-EP, Timochenko, en su respuesta frente a la condena contra milicianos en el Cauca por el asesinato de dos integrantes de la Guardia Indígena. Tengo el deber de expresar la indignación que me genera, y no permito que se me iguale por eso como enemigo de la paz, ni que se manipule tampoco mi postura. Y escribo lo que pienso porque aunque hablo por mi, sé muy bien que lo que pienso no lo pienso solo.
Primero, Timochenko interpela al Ministro de Justicia, Yesid Reyes, por sus declaraciones frente a la sentencia de la Asamblea Indígena que condenó a los milicianos. Pero no menciona su nombre sino el de su papá, al que si llama “doctor Reyes Echandía”. Esa mención es irrespetuosa y no es la primera vez que ocurre en un debate contra alguno de los muchos hijos e hijas de personajes reconocidos de la vida política nacional. Se usa la memoria para imponerle al contradictor lo que debiera ser políticamente correcto, asumiendo el supuesto derecho a imponerle a uno lo que uno debería decir por ser hijo de su papá. Ese irrespeto lo he sentido muchas veces, y no puedo sino rechazarlo.
En segundo lugar, Timochenko lanza un manto de sospecha hacia la Guardia Indígena que resulta irresponsable y peligroso. Los guardias indígenas habrían actuado “envenenados por quizás qué razón”; con “irracionalidad sospechosa”. Luego dice que “es sabido que las comunidades indígenas vienen siendo de tiempo atrás influenciadas por personas y entidades con intereses específicos”. Con esas aseveraciones al aire, en el comunicado del máximo comandante de las FARC-EP, se hace muy delgada la línea entre exculpar a los milicianos en este caso específico, que se supone que pretende Timochenko, y la autorización implícita para el ajusticiamiento de los integrantes de la guardia indígena quienes podrían estar siendo funcionales de la contrainsurgencia.
Que existe una rancia derecha enemiga del proceso de paz, y que el gobierno con sus ministros juegan con los medios de comunicación a favorecer intereses de clase son verdades irrefutables. Pero de ahí no se puede desprender que si uno se separa de la versión de las FARC-EP, o que si está de acuerdo con la sentencia condenatoria y su procedimiento, tenga entonces ese carácter, o que no entienda mínimamente la justicia como dice Timochenko. A mi no me convence la explicación sobre los hechos en la que aparecen los guerrilleros armados como las víctimas atacadas por los guardias desarmados, irracionales y sospechosos. Al tiempo, me parece claro que el juicio oral sin apelaciones por hechos de esa gravedad no sigue las reglas del debido proceso. ¿Dónde me ubica eso?
Dice Timochenko al final de su comunicado que la izquierda y los liberales amantes de la ley que se oponían a la justicia penal militar contra civiles ya no existen. “Esa gente se acabó ya. La mataron a toda o aterrorizaron por completo a los sobrevivientes”. Yo en cambio he visto desfilar por la Habana, y en múltiples y diversas expresiones sociales por todo el país, incluyendo al pueblo Nasa, a cientos de miles de representantes de una conciencia intachable que no están para que se les reconozca según las circunstancias, sino para que se les considere seriamente como interlocutores.
Por el uso irrespetuoso de la memoria, por reproducción de la estigmatización contra la población civil, y por desconocimiento ofensivo de las luchas actuales de los sobrevivientes, se equivoca Timochenko.