El jueves 16 de septiembre de 2015 se produjo una noticia trascendental. En Canadá, un grupo de más de cien personas entre los más destacados activistas, líderes, intelectuales y artistas, con el liderazgo de la famosa escritora Naomi Klein, han lanzado el manifiesto “Dar el salto” (https://goo.gl/Zf77ax) con un contenido inspirador y esperanzador para el resto del mundo. Se trata de una propuesta integradora de las reivindicaciones de la justicia social con la conciencia sobre el peligro actual que representa el cambio climático, tema que ha cobrado la mayor importancia no sólo como alarma, sino como base de reconsideración de la agenda de transformaciones profundas, anticapitalistas, a las que se han referido personajes como Fidel Castro y el Papa Francisco.
El manifiesto tiene un marco que resulta especialmente interesante para nuestro país, Colombia. El punto de partida no es sólo la constatación del peligro real que representa el incremento de la temperatura del planeta por cuenta de la extracción desaforada de combustibles fósiles que alimenta al capitalismo. El manifiesto comienza hablando de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que dio cuenta de la colonización violenta y represiva contra los pueblos indígenas canadienses, incluyendo la política de asimilación a partir de las Ressidential Schools, por razones que pueden parecer poco obvias: ese exterminio de pueblos indígenas está en la base de la construcción del modelo de producción del país, y aún, de la cultura que privilegia la lógica del extractivismo sobre la protección de los bienes comunes.
Posteriormente, este manifiesto plantea una agenda de cambios que trascienden su justificación en las consecuencias de la explotación, incluyendo la inminencia del peligro a la supervivencia humana que constituye mantener las cosas como están. Desde ahí, entonces, se habla de la necesidad de materializar una vida distinta, con tiempo, con espacio, un buen vivir a partir de cambios radicales basados en el concepto de democracia energética: es posible y necesario cambiar las fuentes de energía de nuestras economías ligadas al extractivismo, la violencia contra las comunidades, el despojo y el desplazamiento (y los conflictos armados que seguimos intentando resolver, por supuesto). Es necesario poner la tecnología y la política en función de un cambio que signifique que las comunidades controlen los nuevos sistemas de energía posibles, limpios. Es posible cambiar la especulación y la burocracia excesiva por estructuras de propiedad innovadoras, pero hay que asumir como un imperativo la necesidad de recuperar lo público y universal en los derechos sociales. No hay modo de sostener “el salto” sin un compromiso del Estado que reduzca profundamente la dependencia de combustibles fósiles, fortalezca las economías locales y no los tratados de libre comercio, los derechos de los trabajadores, y que expanda los servicios públicos necesarios para vivir.
En el mismo manifiesto se propone un elemento significativo para esta coyuntura: los firmantes proponen que un país como Canadá acoja a los refugiados, pero no por solidaridad (como es la reparación en nuestra Ley de Víctimas), sino por responsabilidad en la guerra y en el cambio climático, las dos causas vinculadas con la migración masiva (como hemos reclamado también).
¿Y de dónde saldría la plata para hacer todo eso? No más subsidios a los combustibles fósiles. Aumento de las regalías. Impuestos a las rentas más altas. Reducción de los gastos para la guerra. Las empresas deben pagar más porque son responsables de mayor contaminación y riego a la vida de todos, y el que contamina, paga.
Esta misma semana, The Economist publicó una nota sobre el nuevo líder del Partido Laborista Inglés, Jeremy Corbyn, anunciando que su nueva política en realidad sería una cosa vieja. Eso mismo podrían decir quienes advirtieran lo vieja que es la agenda de socialización del manifiesto “Dar el salto” que se ha proferido en Canadá. Yo más bien creo que puede ser una expresión de la llamada “izquierda retro”, en la que nos metió Yezid Arteta a muchos en Colombia, con la idea de volver, pero a los principios que empujan a la audacia y la actualización en el presente, y allí, el asunto del cambio climático ciertamente es fundamental.
Eso es, actualización. Ahora que en Colombia discutimos la paz, y que vemos venir a lo lejos la nube de una crisis aguantada por el conflicto mismo, tal vez estemos ante la oportunidad de nuestro salto, con la memoria bien puesta, pero hacia un futuro que no pudieron imaginar nuestros padres, porque no tenían internet.
José Antequera Guzmán.