El Paro Nacional convocado para el 21 de noviembre es, como han dicho algunos columnistas, un sancocho: se rechaza el “paquetazo” contra los trabajadores en el país, las llamadas reformas laboral y pensional, los asesinatos de niñas y niños en bombardeos contra “disidencias” y su justificación, el regreso de los “falsos positivos”, los asesinatos de líderes y lideres sociales, la actitud del gobierno frente a los asesinatos contra el pueblo indígena en el Cauca, el incumplimiento de los Acuerdos de paz y de acuerdos con estudiantes, con profesores e indígenas, la impostura de Iván Duque sin rumbo definido y el cinismo mediático de quienes le apoyan, entre otras.
Hagámonos entonces una pregunta:
¿Es la población que se moviliza una masa desarticulada que se encontrará en las calles el mismo día o es un pueblo que se mueve en la misma dirección desde lugares diferentes? ¿Son estas muchas causas una sola?
En Colombia se viene produciendo una activación social expansiva. El hecho de que se iniciara un proceso de paz en 2012, con el consecuente reconocimiento del conflicto, de la victimización, de sus causas, de la ciudadanía y sus derechos, enmarcó las movilizaciones agrarias y estudiantiles de 2011-2013. Lo diferente del plebiscito de 2016 no fueron los votos por el NO, cultivados por décadas de propaganda anti-paz, sino los votos por el SI, que luego recibieron el respaldo simbólico de una plaza de Bolívar llena de seres humanos como una reserva ética pidiendo “Acuerdo Ya”. En 2018, de nuevo, lo sorpresivo no fue la victoria del Iván Duque, sino la ruptura del techo de la votación “alternativa” que llegó a 8 millones. En 2019 el movimiento estudiantil empezó el año convirtiéndose en el referente de logros posibles y del método. Más adelante en el año, hubo noticias de renovación en las elecciones locales. En el mismo periodo fueron incontables las formas de acción política colectiva que lideraron precisamente los hoy llamados líderes y lideresas sociales en cada territorio.
Esa activación desborda el voto por la “izquierda”. Tiene que ver con la apertura que supuso y supone «la paz» en sí, aunque no gira toda sobre la agenda del Acuerdo del Colón. Tiene que ver con el reclamo de una visión alternativa de gobierno pero no gira toda sobre la agenda de Colombia Humana o de la Coalición Polo-Verde-CC. Tiene que ver ahora en 2019 con que el gobierno no tiene nada para demostrar como efectiva su política de “miedo para el progreso” y con el “paquetazo” de la reforma pensional y laboral, pero no gira toda en torno a la agenda sindical.
Vale decir, como el sancocho que es, como el sancocho que somos, la activación social llega al 21N como impulso de una fuerza popular que apunta hacia una misma dirección: la ruta definida de la paz que sí tiene posibilidades de producir progreso por medio de la democratización, lo que supone una política alternativa a la del miedo como coartada de la corrupción, y una economía de crecimiento con distribución y derechos.
En el contexto actual de América Latina, el verdadero efecto contagio no está en la iniciativa de movilización, que lleva expandiéndose hace años, sino en la reacción gubernamental que parte de la articulación entre Piñera, Bolsonaro, Moreno, Duque, Uribe, Pastrana, Quiroga, etc., y su tesis compartida de represión contra toda forma de democratización sustantiva para imponer posteriormente ajustes neoliberales.
Torpemente, el gobierno está respondiendo a un movilización en rechazo al miedo con más miedo. Así, no puede descartarse que se intente fabricar violencia, precisamente para romper con la amalgama popular como condición para luego enfrentar a los sectores sociales entre ellos, como ocurrió exactamente con las estrategias frente al plebiscito 2016 y las presidenciales de 2018. La mejor respuesta a esos intentos, la única, es que esa activación alcance una expansión inédita. Y para eso, hay que salir a la calle.
Así pues, en la calle nos vemos.