El sancocho del 21N (segunda parte)

Por José Antequera

El 21N de 2019 se quebró el modo de gobernar del uribismo, consistente en el uso político de las imágenes de la violencia y del miedo como cortina de imposición de reformas neoliberales en Colombia.

El Paro Nacional convocado para ese día tuvo como primera motivación el rechazo al “paquetazo” que incluye las reformas laboral y pensional anunciadas por los ministros del gobierno. La capacidad de esa convocatoria inicial para motivar otras razones de movilización tuvo mucho que ver con la fuerza del movimiento estudiantil que desde 2011 y aún en 2019 ha venido impulsando el retorno a la mirada sobre los problemas estructurales del país (después de años de hiper-concentración en la mirada humanitaria en torno al conflicto armado), y un salto táctico para hacer la movilización más efectiva y ofensiva al conducirla hacia otro punto diferente del viejo destino de la ruta hacia el centro y el mero tropel.

La convocatoria inicial fue desbordada por motivaciones adicionales que se fueron hermanando con la motivación inicial vinculadas con el hecho de que dicho “paquetazo” no ha sido propuesto por el Presidente Duque en cualquier contexto, sino en uno marcado por su decisión de bloquear la paz y perseguir al fantasma “castrochavista” con objetivos imposibles y resultados ridículos, lo que ha producido todos los hechos inaceptables posibles: fracaso de la política exterior, asesinatos a líderes sociales, falsos positivos, etc.

La movilización sin precedentes, con muchas identidades, sensibilidades, etc., tuvo tres características muy importantes para proyectar lo que sigue:

En primer lugar, no pretendió ser una movilización “de nadie” y fue una movilización “de todos”. El involucramiento de marcas de movimientos sociales y políticos no fue visto por los manifestantes como “politización negativa”, contaminación o marca de oportunismo. Con el protagonismo de las banderas sindicales, no hubo sectores atemorizados de untarse con otros ni los sin partido, las ciudadanías libres, artistas, intelectuales, etc. se sintieron utilizados.

En segundo lugar, la movilización también trascendió las divisiones entre acción directa y pacifismo. Hubo consenso frente al enemigo común de la estigmatización y el miedo particulares promovidos por el gobierno (hablando del Foro de Sao Paulo). También hubo consenso sobre la necesidad imperativa de hacer, más que una demostración de corrección política, una marcha efectivamente convocante y masiva.

En tercer lugar, no se ajustó exactamente a la dinámica clásica del paro como cese de actividades que corta la circulación del capital, pero tampoco se quedó en la marcha del 21N. Después de las horas marcadas por desmanes y enfrentamientos que siguieron a las de la movilización gigantesca, se difundió y caló la iniciativa del cacerolazo que se constituyó en un llamado de atención para que no se perdiera el foco en el paro ahora ciudadano, y que se no desviara hacia esa hiper-concentración humanitaria naturalizada en el cubrimiento mediático.

Por sus características, no tiene sentido ver el 21N como el plan de un sector particular (como le gustaría al gobierno descubrir), ni como un estallido desordenado de inconformismos que se sale de las manos de quienes tienen unas reivindicaciones claras que ahora hay que resaltar (si sólo habláramos del “paquetazo”), ni como el movimiento de un solo partido o sector político ligado a un líder (como Petro o Robledo), ni como un éxito del movimiento que denuncia violaciones a los derechos humanos e incumplimiento a la paz. Todo eso estuvo está en el 21N, cierto, pero está junto y desbordado como en un sancocho que por ahora sí tiene un sabor concreto:

Se ha roto el modo de gobernar del uribismo, que emergió recogiendo indignación ligada a las imágenes de la violencia y el conflicto mientras los usaba como cortina de una política neoliberal de la que hicieron parte la Ley 100, la reforma laboral de Uribe, sus reformas tributarias regresivas, y una larga lista adicional, y que pretendió continuarse con la figura impostada de Iván Duque y la guerra contra el fantasma castrochavista para imponer el paquetazo de 2019.

Hacia delante, hace falta comprender el acumulado de procesos sociales y políticos que ha producido la activación social que ahora se expande, para responder del único modo posible a la dinámica de “pueblo” que rodea el 21N, sin ninguna clase de sectarismo, y con la audacia para sacar, como el cacerolazo, propuestas inesperadas. 

El gobierno, por el momento, está metido en una trampa que se ha construido a sí mismo, de lealtad de Uribe y de alianza con la internacional de Bolsonaro, Piñera, Moreno, y cía. No es fácil prever por dónde buscará la salida.

 

 

 

 

 

 


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