• Sobre…

Primero fue la palabra.

  • Pa’ lante Timo

    diciembre 13th, 2017

    En medio del terrible contexto político en el que resulta también sacrificado el cumplimiento del Acuerdo de Paz, no he dejado de pensar en Timoleón Jiménez; un hombre que se ha ganado mi respeto y el de miles de jóvenes que hemos creído en la trascendencia histórica de su esfuerzo para nuestra generación.

    Digo que el contexto es terrible por lo que ya sabemos. En lo referido a la implementación hay una serie de problemas graves atribuibles a la falta de capacidad o voluntad del Gobierno Nacional que nos mantienen en vilo. Entre otros, el Plan Marco para la sostenibilidad económica, las amnistías, la reincorporación y la seguridad, tienen evidentes retrasos o incumplimientos que demuestran mucha improvisación. También son la constatación, en general, de una lectura mezquina de parte de un conjunto de instituciones que prefieren sacar el pecho mediocre sólo por el desarme de las FARC y no asumir la verdadera tarea de enorgullecernos por cumplir la promesa de que la paz son reformas para que ésta sea estable y duradera.

    Pero también asistimos a un momento crítico en la configuración de posibles soluciones. El fin de la Unidad Nacional, la ofensiva de Vargas Lleras y la oposición ciega del Centro Democrático, son igualmente la expresión del alistamiento de un populismo de derechas que está dispuesto a consolidar el nuevo “nosotros decimos NO”, sobre la base del resentimiento y el miedo, por un lado, y la corrupción como forma normal de gestión de los recursos del Estado, por el otro. Quienes pueden plantear una coalición siguen más preocupados por su prestigio personal, la mayoría de ellos casi que reservando su carrera futura por si acaso pierden, que dispuestos a jugársela toda por ganar. Sus diferencias son reales, a mi modo de ver, disputándose dos versiones muy distintas del progresismo contemporáneo, entre el que convive con el neoliberalismo responsable de la rabia de la que está alimentándose la derecha y el que se propone reformas económicas serias. Pero es posible alcanzar acuerdos si se pone el peso en la necesidad histórica de consolidar una transición sobre un programa claro y en cambio se liberan un poco de la dictadura del marketing.

    En esta maraña pienso en Timo, como ya le llaman muchos de los jóvenes que le escucharon con atención en la Plaza de Bolívar. Pienso en lo difícil que debe estar siendo en este momento mantener el optimismo de la voluntad a pesar de tanto incumplimiento y resultar además en el centro de muchos señalamientos inevitables por un propósito que, siempre lo hemos sabido, depende de muchos sectores más allá de la ex guerrilla. Pienso en él y en la historia de muchos comandantes insurgentes y dirigentes políticos que han tenido que asumir un gran costo por defender proyectos de ofensiva política sorteando los reproches que les llegan desde trincheras de incertidumbre temerosas del riesgo, y más, los que también se producen desde el oportunismo de quienes anuncian el fracaso esperando que su profecía se cumpla para ganar, al menos, la posición de profetas.

    A mi modo de ver, si hay una persona que está demostrando grandeza en este momento es Timoleón Jiménez. Y al decir esto no pretendo promocionarlo en la lógica del personalismo como la línea correcta, que fue lo que hizo el columnista Iván Gallo con Jesús Santrich en un artículo de Las 2Orillas, como escogiendo su personaje favorito de una serie infantil. En el papel de este personaje reposa hoy un reto que, creo, necesita una mirada desde la sociedad de respaldo, que no tiene por qué traducirse en simpatía militante pero que sí debe concretarse en apoyo ciudadano. Un desafío que no es la demostración fatua de radicalidad, sino el sostenimiento del Acuerdo de Paz firmado en 2016 como hoja de ruta para un país mejor.

    @Antequerajose

    14 de septiembre de 2017

  • Medios, polarización política y boxeo

    diciembre 13th, 2017

    Los medios de comunicación con los más altos índices de audiencia, televidentes y lectores, plantean esta semana el problema de la polarización política como la cuestión crítica del momento. Lo primero que tendrían que hacer es reconocer su papel y responsabilidad en el problema que les alarma.

    Porque la polarización no sólo implica la orientación de posiciones en direcciones contrarias al punto de la difícil reconciliación. También significa la reducción de esas posiciones en supuestos binarios, y sobre todo, la concentración de la atención en los mismos y en la contradicción entre ellos. Los medios cumplen un rol tan importante en esa cadena que no se puede hablar hoy en el mundo de polarización sino como un fenómeno mediático, aunque exista y se exprese de muchos modos a nivel social.

    El papel de algunos medios se ilustra bien con el modelo de atracción pugilístico que tienen varios programas de debate político. Aunque el boxeo ya no sea un deporte tan popular como antes, uno puede asistir a la recreación de varias peleas por radio y TV en un solo día. Por la mañana se podía escuchar hasta hace poco la campana del primer combate, literalmente, en el programa que conduce Hassan Nassar. Al medio día transmiten “El cuadrilátero W” con Vicky Dávila, donde también suena la campana de un ring de boxeo y donde incluso se puede ver la pantalla de la transmisión por Internet dividida en cuatro con un locutor apurado en cada una de ellas, como en las mejores contiendas por los campeonatos mundiales. Y por la noche, si uno quiere más, el mismo escenario con su correspondiente campana vuelve de nuevo en “Partida W”.

    La preocupación sobre la polarización sin reconocimiento del papel y la responsabilidad de los medios implica una incoherencia denunciando el mismo problema del que se participa. Además, se enfoca en una polarización muchas veces ficticia que se desarrolla en escenarios donde importa el binarismo en sí porque sube el rating y no los verdaderos conflictos. Ello permite que se acepte sin mayores reproches la disonancia cognitiva con la que actúan ciertos personajes. Iván Duque, por ejemplo, hablaba en un último foro con candidatos presidenciales sobre polarización llamando a concentrarnos en el presente, al tiempo que se concentraba en el pasado de sus adversarios, para evadir el pasado de sus amigos, del mismo modo y en el sentido contrario. Vicky Dávila que hacía de árbitro más que de moderadora, obviamente no le podía decir nada porque de eso se trataba el deporte.

    Según el discurso recurrente, la polarización vendría siendo algo así como una pandemia de la que son culpables exclusivamente los líderes políticos, y que significa que estamos divididos entre santistas y uribistas, izquierda y derecha, los del sí y los del no, y entre los que dicen que Venezuela es una dictadura y el resto. Gracias a la acción valiente de muchos parlamentarios hay también hoy una diferenciación importante entre los corruptos y los que no lo son, pero falta mucho para que los conflictos sociales silenciados por tanto tiempo tengan el lugar que les corresponde en lo que llaman esfera pública. Tales conflictos terminan reducidos al esquema promovido por el uribismo entre legalidad Vs ilegalidad y duran tanto en la agenda mediática como las películas colombianas independientes en la cartelera de Cine Colombia. Y aún ahí, en el segundo grado de importancia que les confieren, se les trata como problemas de polarización natural, como “refriegas”, “encontrones”, “rifirrafes”, sin que puedan posicionarse como preocupaciones generales. Sepultados bajo esa indiferencia inmoral están los muertos en Segovia y Remedios por la acción del ESMAD.

    El conflicto no es contrario a la democracia, es su esencia. Hay democracia porque hay conflicto y para solucionar el conflicto. Consolidar esa oportunidad histórica requiere de muchos esfuerzos que también llaman a una responsabilidad de los medios en sus métodos y en sus concepciones. Acuérdense de Chéjov que decía que si pones una pistola en el escenario desde la primera escena, alguien tendrá que terminar disparando.

    @Antequerajose

    24 de agosto de 2017

  • El experimento FARC

    diciembre 13th, 2017

    La noticia que circula acerca de que las FARC-EP conservarán el mismo acrónimo como partido legal se convierte en una de las cuestiones más interesantes de la política colombiana de este año.

    Comienzo contándoles sobre un ejercicio que hice en mi burbuja de Facebook, donde hay personas de todo tipo, desde viejos y nuevos militantes de las izquierdas hasta algunos publicistas. Sabiendo que no tiene ninguna rigurosidad estadística pregunté sobre éste tema y el resultado fue el siguiente: de 132 comentarios en total, 104 estuvieron claramente en desacuerdo con la conservación del acrónimo, 19 estuvieron de acuerdo, y 9 tuvieron opiniones intermedias referidas sobre todo al programa detrás del nombre.

    Aunque fueran menos las personas que expresaron estar de acuerdo, me llamaron mucho la atención sus argumentos por contundentes. En síntesis, con una lógica de real politik, priorizan la autonomía de la ex-insurgencia y el imperativo de la cohesión interna de sus integrantes en este período de transición, afirmando que resulta más fácil resignificar la connotación negativa del acrónimo con base en una buena acción política que posicionar uno nuevo. Por su parte, y con no menos razón, quienes dijeron estar en desacuerdo enfatizaron una perspectiva de political marketing, con una preocupación por la carga simbólica de la sigla FARC-EP relacionada con la guerra, afirmando que el hecho de no cambiarla sería una muestra de anclaje en el pasado.

    A mi modo de ver, dando por cierta la hipótesis, creo que la decisión de que el nuevo partido se llame FARC-EP tendría mucho sentido, aunque implica un experimento riesgoso. Cualquiera prevería que llamarse de ese modo haría llover reproches. Hacerlo significa apostar a mediano plazo por el posicionamiento de una reputación a partir de la política de cumplir con lo que se dice con la mayor coherencia, aún cuando nadie más cumpla, como ya viene ocurriendo durante la implementación de los Acuerdos de Paz y que ha producido importantes resultados. Esa apuesta no rechaza el marketing, como hemos visto a través de videos creativos enfocados en problemas económicos y sociales más que en candidaturas, pero quiere pasar al otro lado del río, al lugar de la legitimidad plena, con el equipaje completo, haciendo de ello un ejercicio de construcción de mensaje frente a un pueblo que puede no entender muy bien sobre las opciones políticas en disputa, pero que lo que sí sabe es que la mayoría de las veces nadie cumple.

    Vienen dos períodos en el Congreso sin depender de los votos ni del marketing para plantear una alternativa coherente en medio de una crisis de representatividad de la que no se salva nadie. Y desde cierta visión de la política podría argumentarse que la connotación negativa del acrónimo no redunda sólo en pérdidas, porque para ser gobierno se necesita también ser temido, como enseñaba Maquiavelo. Pero éste experimento también puede salir muy mal. Implica hacer de esos dos períodos consecutivos en el Congreso una prueba durísima en condiciones que son muy distintas a las que posibilitaba el conflicto armado, y se le entrega desde ya una herramienta afilada a quienes quieren hacer del proceso de justicia transicional una etapa de señalamiento permanente. En lo inmediato, afectaría las elecciones de 2018 que son determinantes para la continuidad de los Acuerdos. Se afecta la posibilidad de coaliciones con candidatos que sí dependen de los votos que logren, y que no querrán asociarse con una marca que hoy está desprestigiada. Y más allá, se le da un golpe a la estrategia misma, porque la promesa de una política de cumplimiento existe por fuera de lo conocido, es decir, necesita también de la expectativa de novedad.

    No es fácil tener una opinión definitiva sobre este tema y a mí no me corresponde tenerla. Sin embargo, creo que es fundamental que se entienda que FARC-EP no es sólo el nombre de una organización, sino un significante más amplio cuyo devenir afecta al conjunto de las posibilidades de cambio en Colombia.

    @Antequerajose

    17 de agosto de 2017

  • Democracia real

    diciembre 13th, 2017

    Nelson Mandela explicaba muy bien su posición acerca de la relación entre la lucha por la paz y la lucha por la democracia en su declaración ante el juicio de Rivonia en 1964, antes de terminar pasando 27 años en la cárcel.

    Mandela, generalmente homenajeado por personas de todos los sectores políticos, aunque seguro compañero de García Márquez en el infierno de María Fernanda Cabal, planteó en su momento una visión que resulta relevante en nuestros días: negando que fuera comunista pero reconociendo la influencia que las ideas marxistas habían ejercido en él, se calificaba a así mismo como un patriota. Según lo decía en su discurso, la lucha por los principios democráticos debía ser no sólo el principio de un programa, sino un fin en sí mismo y en función de la bandera de la reconciliación nacional.

    Sin embargo, el significado de la democracia en este planteamiento no se reducía al hecho de las elecciones, sin negar su carácter insoslayable. En el documento más importante del Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés) conocido como el Estatuto de la Libertad, se hablaba de redistribución de la tierra y de otros asuntos obligatorios para la redistribución de la base del poder político, que es lo que le da valor en el fondo a la participación electoral.

    Eso  mismo defendió Martin Luther King en un famoso discurso un año antes de su asesinato. La lucha por los derechos civiles y la lucha contra la guerra resultan inseparables en la medida en que la energía y el dinero que se van en los esfuerzos bélicos deberían ser en cambio invertidos en lo que Luther King llamaba “rehabilitación de los pobres”.

    Con toda la supuesta tradición democrática colombiana, cuestionable por las cifras y la realidad del conflicto que estamos intentando terminar para siempre, no es fácil encontrar reconocimientos suficientes a quienes han luchado por la democracia real. Éste concepto supone tanto la defensa de principios como la alternancia del gobierno como la distribución equitativa del poder político en la base a partir de la garantía de los derechos sociales. No obstante, es eso lo que se lee también en documentos como el primer programa de la Unión Patriótica o en los discursos más recientes de Carlos Gaviria, al que criticaron mucho en su momento porque se atrevió a decir que en Colombia no había democracia refiriéndose en esa realidad que tiene que ir más allá de las formalidades en las que se concentran algunos a quienes sólo parecen preocuparles el orden y las buenas costumbres.

    En la medida en que avanza el post-acuerdo va quedando claro el carácter fundamental de la disputa por la noción de democracia en nuestro país. La respuesta frente a ese vacío de mentiras de las élites tradicionales que encarnan con descaro los nombres ficticios de Cambio Radical y del Centro Democrático, tiene que ser la democracia real como la causa común para una convergencia. Eso significa que el Acuerdo de Paz que no se quede en la visión mediocre del desarme a cambio de la conversión de las FARC-EP en partido político. Lo que no nos sirve es que se termine tratando a ese Acuerdo histórico como se le trató al Estatuto de la Libertad en Sudáfrica, hermosamente expuesto en un memorial pero irrealizado en su perspectiva económica y social. En el fracaso sobre esa lucha posterior a los acuerdos de paz en Centroamérica y no en la supuesta impunidad, como han defendido muchos ingenuos, se encuentra la razón principal de grandes escaladas de nuevas violencias.

    Para el presupuesto de 2018 el gobierno propone reducir las partidas para inclusión social, ciencia, tecnología, deporte y recreación, pero en cambio aumentar la del sector defensa, contra la promesa de que la paz permite mayor inversión social por el relajamiento de la presión militar.

    A la hora de hablar de reconciliación deberíamos siempre recordar las reflexiones del Arzobispo Desmond Tutu, presidente de una Comisión de la Verdad como la que estamos cerca de crear en Colombia: “¿de qué sirve haber hecho esta transición si no aumenta y mejora la calidad de vida de las personas? Si no se consigue esto, el derecho al voto es inútil”.

    @Antequerajose

    11 de agosto de 2017

  • Pronto: La Comisión de la Verdad

    diciembre 13th, 2017

    Abierto el proceso de escogencia de los y las integrantes de la futura Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, hay que volver a señalar algunos de los retos al respecto que deberían ser ampliamente discutidos.

    Una selección con legitimidad

    Más que un listado de individuos, la Comisión debe concebirse como una selección. El movimiento social está a tiempo de proponer y posicionar un equipo completo de comisionados y comisionadas con cualidades y capacidades diversas, que ha de trabajar por una causa común. La tarea es muy difícil, por supuesto. Mientras tanto, si hay que pensar en un capitán desde ahora, quien se convertirá también en un promotor excepcional de la reconciliación y la convivencia, mi opinión personal es que ese capitán debe ser el Padre Francisco de Roux.

    El mandato no se puede cambiar

    El mandato de la Comisión no es elaborar investigaciones como las que ya ha hecho el Centro Nacional de Memoria Histórica. Es la hora de esclarecer, aprovechando el camino avanzado, las políticas, planes, estrategias y decisiones gruesas que han hecho que el conflicto armado ocasionara un número mucho mayor de víctimas civiles que de militares y combatientes, y produjera un impacto especialmente focalizado sobre los procesos organizativos de diferente tipo.

    Hay que decir desde ya que ese mandato no puede ser modificado por la voluntad de la Comisión invocando su autonomía o la legitimidad de sus integrantes, como ha ocurrido con experiencias pasadas. Cambiar el mandato de la Comisión, aún con argumentos supuestamente a favor de las víctimas, sería hacer trizas un órgano vital del Acuerdo de Paz.

    Un pacto entre excombatientes por los archivos

    Un tema sensible desde siempre ha sido el de los archivos. Muchos investigadores, incluyendo a quienes hoy hacen parte del Centro Nacional de Memoria Histórica, han afirmado que no se puede hablar de responsabilidades del Estado y de las élites que han gobernado este país a profundidad porque hay vacíos de información emanados de las dificultades de acceso a los archivos oficiales. Por su parte, el movimiento social de víctimas ha expresado, desde el principio de su actividad, la demanda de la desclasificación de los archivos.

    Sobre este campo hay dos problemas: ya se han ejecutado acciones para borrar archivos oficiales como en el caso del DAS y nadie asegura que, logrando la desclasificación, encontremos registros contundentes que conduzcan a esclarecer responsabilidades individuales o colectivas. Sin desfallecer en la exigencia, hay que ver la ventana de oportunidad que significa la reunión especialmente dedicada al tema de la verdad que tuvieron los comandantes de las FARC y de los grupos paramilitares desmovilizados. La información privilegiada que éstos pueden haber acumulado es hoy más esperanzadora que la voluntad del gobierno en esta materia.

    Movilización social para el reconocimiento de responsabilidades

    Por último, sobre el reconocimiento de responsabilidades que debe promover la Comisión, debemos tener muy claro que éste reconocimiento no se va a lograr sin el acompañamiento y la presión de la sociedad. En ese sentido, tenemos que proponernos una movilización de amplios sectores, más allá de las organizaciones de víctimas, lo que significa la tarea difícil de posicionar en el sentido común la idea de que La Comisión y sus resultados no son sólo una respuesta para quienes han sufrido directamente las violaciones a los derechos humanos. La verdad es un camino necesario para reformas institucionales y consecuencias políticas que se traducen en democracia real.

    @Antequerajose

    28 de julio de 2017

  • Lecciones políticas de Game of Thrones

    diciembre 13th, 2017

    En el juego de la democracia de mercado corremos el riesgo de hablar demasiado de los candidatos como productos en oferta. Necesitamos agarrarnos de referentes masivos y comunes para hablar de la lucha por el poder y de lo que impone la crisis en la que nos encontramos. Para eso, además de entretenernos, nos sirve Game of Thrones.

    Para quienes no han visto Game of Thrones es necesario que sepan lo mínimo. Su tema central es la lucha por el poder del Trono de Hierro. La batalla la libran diferentes casas, cada una de las cuales se distingue por el carácter moral que encarnan sus líderes y que demuestran con el modo como ejercen la disputa.

    En el libro de 2014 “Ganar o morir: lecciones políticas en Juego de Tronos”, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y los demás profesores que impulsan el partido Podemos en España, se propusieron un análisis de las lecciones políticas que se desprenden de esta producción. A mi modo de ver, cuatro temporadas después de su publicación se pueden sintetizar un par de lecciones relevantes para el momento de transición que vivimos en Colombia de cara a las elecciones de 2018 y que quiero compartir.

    Una primera lección central, como la resalta Pablo Iglesias en su libro, es que “en el terreno de la política no hay nunca espacio para la legitimidad meramente en abstracto (…) Ni el linaje, ni los derechos dinásticos de sucesión, ni la estirpe, la sangre o la herencia, pueden si quiera llegar a convertirse en una opción legítima si no está dispuesta a convertirse en una opción real”. En Game of Thrones ocurre, igual que en la realidad, que personajes moralmente creíbles como los Stark no presentan opciones plausibles de poder, socavando la legitimidad moral que ya poseen por sus hazañas o su historia pasadas.

    En la disputa de proyectos de país que existe actualmente en Colombia, marcada por el imperativo de la transición, no nos sirve que haya tantos liderazgos comprometidos con la paz y la justicia social pero más preocupados por preservar su prestigio personal que por presentar ante la sociedad una propuesta creíble, real. De la victoria y de las acciones que se realicen para ganar depende la legitimidad hacia el futuro de esas muchas personas con grandes virtudes que siempre compiten electoralmente en nuestro país pero que generalmente pierden compitiendo entre ellas, para después poner en sus hojas de vida que alguna vez lo intentaron.

    Desde mi punto de vista, una segunda lección viene del destino que les espera a los mismos Stark cuando la serie avanza mucho más allá de la muerte de Ned y Robb, padre e hijo de la misma casa. Son ellos, los que merecen muchas críticas en el libro de Iglesias por lo que podría ser un comportamiento pusilánime frente al poder político, los que terminan liderando la batalla trascendente por la supervivencia frente al invierno y los caminantes blancos, gracias a su noción de la resistencia. No es casual, en esta séptima temporada que quienes encarnen ese liderazgo sean dos mujeres: Aria y Sansa.

    El imperativo de la transición en Colombia exige un acuerdo fundamental frente al invierno que no es otra cosa que la crisis por cuenta del neoliberalismo, sus privatizaciones y la estúpida política de hacer pagar a los más empobrecidos por las consecuencias de las malas decisiones. De esa crisis beben hoy los caminantes blancos de la extrema derecha y si nadie escucha a los héroes de la resistencia creyendo que todo se reduce a la dinámica del marketing en la democracia liberal, lo más probable es que terminemos en las peores condiciones.

    Con el referente que se quiera, la consolidación de la transición a la paz en 2018 nos obliga a hablar de política más allá de los candidatos y eso hay que hacerlo abiertamente, no sólo en los recintos privilegiados que dejan todo el espacio de lo público a las empresas de los medios de comunicación. Hablemos de proyectos y de las acciones que efectivamente les harán reales. Que no se nos olvide: “Winter is coming”.

    @Antequerajose

    21 de julio de 2017

  • La Unión Soviética ya no existe

    diciembre 13th, 2017

    La Unión Soviética (U.R.S.S) dejó de existir en la navidad de 1991. En Colombia, desafortunadamente, no es María Fernanda Cabal la única que no se enteró nunca de semejante acontecimiento histórico.

    Mi hermana, que creía que mi papá se iba para la Unión Soviética cada vez que iba a una reunión de la Unión Patriótica, supo que la U.R.S.S. dejó de existir en la navidad de 1991. En Colombia, desafortunadamente, no es María Fernanda Cabal la única que no se enteró nunca de semejante acontecimiento histórico.

    Saber y repetir un dato es una cosa. Enterarse en serio es otra. Digo que mi hermana se enteró porque el cadáver de mi padre comunista se le sumó a la transmisión en vivo y en directo de la caída del Muro de Berlín y de la Guerra del Golfo. A mí en realidad enterarme en serio me ha costado un poco más. También salí zurdo, como me dicen mis amigos más gomelos, “igualito a su papá”. Nací después de mi hermana y necesité estar frente a una tienda de baratijas en Alemania donde vendían medallas de las que coleccionaba mi padre para dimensionar el peso de una caída que ni siquiera los testimonios recopilados por Svetlana Aleksiévich en “El fin del Homo Soviéticus”  me hicieron sentir tan hondo.

    Que María Fernanda Cabal haya dicho que la Unión Soviética está en la ONU no es sólo una prueba de ignorancia. Su ligereza, por decir lo menos, es una muestra más de que su acción política y la de su partido Centro Democrático, la que pagamos con nuestros impuestos a un precio más alto que el salario del mejor maestro de ciencias sociales, se funda en los argumentos justificadores de la guerra caliente que vivimos en el país y que seguimos intentando terminar, alimentada siempre por confusiones paranoicas que matan y justifican el matar.

    Pero ni su corrección posterior ni su mala fe la salvan del hecho real de su desconocimiento, que no es exclusivo. A millones de estudiantes jóvenes en Colombia se les suprimió la cátedra de historia de los colegios públicos lo que les expone a errores similares difíciles de salvar. No son pocas las personas que repiten como cierta la versión construida por el discurso oportunista de George W. Bush el 25 de diciembre del 91, quien proclamó que la desintegración de la U.R.S.S. fue la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, cuando todos los libros que estudian las razones de ese colapso desmienten esa versión.

    Habría que detenerse en lo que estábamos haciendo aquí mientras ocurrían los acontecimientos que dieron nacimiento a la Rusia actual. Mientras Gorbachov renunciaba ante las cámaras de TV, aquí llorábamos el asesinato de tres candidatos presidenciales, nos cuidábamos de salir a los centros comerciales por miedo a las bombas que ordenaban los narcos y los narcoparas,  vivíamos el auge constituyente y escuchábamos a César Gaviria declarar la bienvenida al futuro, entre otras. Políticamente la izquierda colombiana sufría los peores años del genocidio político contra la UP y el Partido Comunista y presenciaba el bombardeo a Casa Verde, con los mismos argumentos que siguen presentando los del Centro Democrático. Ni siquiera para esa izquierda hubo tiempo para enterarse del todo, creo.

    Si es importante que nos enteremos ampliamente de que la Unión Soviética se acabó, es porque en la historia de ese fin, aunque estemos hablando del otro lado del mundo, podremos abordar muchas preguntas inconclusas que se vuelven a abrir en tiempos de transición. ¿En qué se funda el miedo a la apertura democrática? ¿En el pasado de las FARC o en su presente, todavía comunista? Si es lo segundo, como propone la Cabal abriendo la caja de pandora por el lado de la madera rota, hay que reconocer que todavía existe una gran deuda de claridad sobre el modelo de país que se propone desde esa emergencia política alternativa, que está llamada a hacer realidad la apertura y en la que no están sólo los ex guerrilleros.

    Una historia que también deberían leer Santos y los liberales, porque al final de los días en el poder no hubo nadie más liberal que el Presidente soviético. A él también le dieron el Nobel de Paz, también lo amaron fuera de su país por su valentía para el desarme, pero aún lo odian dentro de sus fronteras por esa contradicción que nadie está dispuesto a perdonar: que la paz no signifique, como gritó Lenin en su tiempo, pan para todo el mundo.

    @Antequerajose

    7 de julio de 2017

  • ¡Adiós a las armas! ¿Y ahora qué?

    diciembre 13th, 2017

    En el escenario de crisis de representación de todos los partidos políticos comienzan a sintetizarse algunas alternativas de cara al futuro del país y el punto de inflexión que serán las próximas elecciones de 2018.

    La alternativa del marketing, liderada por Claudia López, postula que con el adiós a las armas lo fundamental es un cambio de eje de los discursos de guerra-paz hacia el eje corrupción-pureza. Su virtud es que ya ha producido como resultado que todo el mundo incluya su bandera en el sentido común de lo políticamente correcto. Su defecto es que se queda en el marketing y que confunde propuestas con slogans que buscan arrancarle votos al uribismo reproduciendo lo que estamos dejando atrás: la macartización contra la izquierda y la legitimación de la política de guerra. Eso genera desconexión con fuerzas sociales que han empezado a rechazar el barro que les cae de vez en cuando por cuenta de su estrategia.

    Por otro lado está la alternativa del programa centrado en la cuestión inconclusa de la justicia social liderada por Gustavo Petro, con la que convoca a una unidad donde, dice, su candidatura es secundaria. El suyo es el mejor y más elaborado planteamiento, con una nueva mirada sobre la contradicción post crisis global del 2008, entre las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte, entre otras cosas muy interesantes. Lo desafortunado es que Petro confunde la tesis de ir más allá de los partidos y del poder constituyente con el desprecio por la fuerza de las organizaciones y partidos constituidos, a favor de una imagen mesiánica frente a la que no se puede ser otra cosa que un apóstol.

    También está la alternativa centrada en el sentido de la urgencia, liderada igualmente por Humberto de la Calle, Clara López e Iván Cepeda, por separado. Ellos son conscientes de que las libertades y garantías del Estado Social de Derecho están en peligro, incluyendo el Acuerdo de Paz con las FARC y sus innegables potencialidades, así que convocan en torno a eso con mucha razón y esperanza. Su karma, sin embargo, está en el vínculo no querido con las razones con las que la extrema derecha viene maquillándose frente al país: liberales y la izquierda polista sufren de un desprestigio compartido asociado a todo lo que significa el Presidente Santos.

    Las FARC esperan en agosto proponer su discurso de alternativa. La dificultad del momento para ellas y que es urgente atender, es que también tendrán que lidiar con lo que ya viene siendo un obstáculo en el Partido Comunista, la Unión Patriótica y la Marcha Patriótica. La historia de sufrimiento y heroísmo en esas organizaciones es un fundamento transversal de cohesión interna y resistencia. Con todo, es también un elemento que aísla a la ciudadanía desprovista de estrellas y credenciales que cada día se convence más del valor de la horizontalidad y que fácilmente se siente enviada a una situación de subordinación por desconfianza, lo que le pone techo rápidamente a la capacidad de convocatoria haciendo que todas esas organizaciones sean igualmente pequeñas. ¿Qué tan amplia será la propuesta de las FARC para que rompa el techo? Como dijo Diomedez, si supiera te lo diría, pero no lo sé.

    Todas las alternativas podrían potenciar lo mejor de sí y terminar construyendo una mayoría que no sólo asegurara el cumplimiento de los Acuerdos de Paz, sino que planteara un sentido trascendente del adiós a las armas con un proyecto de largo plazo que incluya una concertación política en el mismo sentido. Con marketing, pero sin pretender quedar bien con todo el mundo; con  programa serio para el siglo XXI que busque la justicia social, pero con el sentido de la urgencia sobre la verdadera importancia del proceso de paz y la amenaza de radicalización de la extrema derecha, se podrían lograr lo que hoy parece tan difícil.

    Para no quedarnos esperando, la alternativa de quienes queremos una Colombia mejor es sólo una. Tenemos que exigir de nuevo un Acuerdo Ya ahora frente a los liderazgos que tienen la responsabilidad de concretar la alternativa que realice hasta el final lo que nos prometió la Constitución del 91 y nos volvió a prometer el Acuerdo de Paz.

    @Antequerajose

    30 de junio de 2017

  • Digámonos la verdad

    diciembre 13th, 2017

    El Pepe Mujica que me cae muy bien repite una y mil veces que no podemos vivir supeditando el logro de la paz y la reconciliación al objetivo de la reparación ideal. Y tiene razón. “En el andar hay cosas irreparables, y cosas que nos obligan a caminar con ese peso. Pero a la vida hay que decirle mañana, porvenir”. El asunto es no se puede seguir adelante cuando no se puede comer ni cuando no se puede dormir. Un acuerdo nacional por el futuro de Colombia necesita de esclarecimiento y reconocimiento para que de allí nazcan las consecuencias que el cinismo ha permitido evadir.

    En Colombia sí se han dicho muchas verdades con respecto al conflicto armado. El problema es que se ha hecho énfasis en el interés académico investigativo con base en los principios de derechos humanos, afirmando que las verdades en los libros satisfacen por sí mismas el derecho a saber de las víctimas. Los cambios institucionales y culturales que se tienen que producir a partir de vernos ante el espejo han quedado en el último lugar. Por eso también es que exigimos unaComisión de Esclarecimiento de la Verdad cuyo decreto ya está listo y en espera de su revisión por parte de la Corte Constitucional.

    Jorge Iván Laverde, quien fuera el comandante de los paramilitares en el Catatumbo conocido como “El Iguano”, lo dijo en una reunión a la que asistí hace una semana. La mencionada Comisión tendrá que decir por qué después de las 2.700 horas de grabación que esta persona dice haber aportado en confesiones, sumadas a las declaraciones de varios otros jefes paras, todavía se sigue diciendo con razón que no se sabe mayor cosa sobre el paramilitarismo en Colombia, y no se han producido suficientes conclusiones sobre los cambios que se tienen que generar para evitar la continuidad y repetición del fenómeno.

    Tenemos que preguntarnos también por el resultado del Informe Basta Ya del Centro Nacional de Memoria Histórica pasados 4 años de su publicación. Mucha más gente que antes rechaza la guerra por sus impactos dolorosos, y eso es un aporte inmenso del trabajo general del CNMH. Pero hay que decir que el reclamo por una Comisión de Esclarecimiento se debe a los vacíos que dejó ese Informe en materia de verdades y en materia de recomendaciones en términos de cambios, sobre todo. Aquí tienen que investigarse los patrones de violaciones masivas a los derechos humanos y las responsabilidades colectivas, porque no nos basta con descubrir qué pasó en estudios de casos aislados ligados por hilos de interés académico como las modalidades y repertorios de violencia.

    Si la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad promete ser un espacio que anime los reconocimientos de responsabilidades sin consecuencias judiciales, tendrá que ser la sociedad la que logre que se produzcan esos reconocimientos que difícilmente se darán por mera voluntad. Para eso se necesita que miles de personas, por lo menos, hagamos una causa común por la verdad y los cambios más allá de las víctimas directas y las organizaciones. Tenemos que hacer de Colombia un laboratorio de la historia exitoso, como también lo dijo el Pepe, incluyendo el experimento que significará la realización de audiencias públicas en los territorios. Esa causa común tiene que incluir la orientación de lo que queremos que pase hacia delante. El primer punto de la agenda es que prevalezca la reconciliación y la convivencia lo que no  podremos hacer si no mandamos al carajo la manipulación y el uso político de nuestra la rabia legítima para que no se convierta en odio ni en complacencia sino en fuerza de transformación.

    17 años después desde la creación del Proyecto Colombia Nunca Más, que exigió por primera vez la instalación de una Comisión de la Verdad en Colombia, tenemos otra dimensión sobre las expectativas y sobre nuestra responsabilidad para hacer del esclarecimiento una oportunidad de cambio. Lo bueno es que la tarea gran tarea de la implementación estamos cada vez menos solos.

    @Antequerajose

    22 de junio de 2017

  • El amenaza del tal castrochavismo

    diciembre 13th, 2017

    En este país están pasando cosas muy buenas y pueden pasar cosas mejores, siempre que no se interponga en el camino el miedo que mata los sueños de cualquier persona, y de cualquier pueblo.

    La portada de la edición 1832 de la Revista Semana, dedicada al castrochavismo, no es sólo una invitación a leer un contenido tranquilizador donde se defiende la tesis de que precisamente Colombia está lejos de entrar en una situación similar a la de Venezuela, a falta de riqueza petrolera y de un liderazgo como el de Hugo Chávez. Ese es el mensaje para un grupo muy reducido de lectores que abren la revista y llegan hasta el final de los artículos.

    Pero para todos los que se quedan mirando la portada en el puesto del supermercado mientras cuentan las monedas faltantes, y para los consumidores de información por la vía de las redes sociales, el mensaje evidentemente intencionado es que sí hay una amenaza. Que hay un peligro de magnitudes diabólicas que debe asociarse a los otros hechos que son noticia en el país:  los avances en el proceso de paz, el acercamiento de las Farc hacia su conversión en partido político y, sobre todo, la serie de inconformidades sociales que se vienen expresando de maneras diferentes, desde las consultas populares contra la minería, el paro en Buenaventura, el paro de Maestros o los procesos de revocatoria del mandato en varias ciudades.

    Contrario a lo que muchos piensan, ese mensaje que canaliza los temores del establecimiento colombiano no se debe especial ni exclusivamente a la participación política de las Farc. El temor que tendría que reconocerse, porque es uno de los factores que explican por qué las víctimas del conflicto han sido mayoritariamente civiles y no militares, es el temor a que la gente de las consultas populares, de los paros y las revocatorias, así como los jóvenes que salieron a las calles después del 2 de octubre, o los que traen en la memoria los éxitos de la MANE, decidan meterse en el cuento de una nueva oportunidad de participación política sin el miedo anti-subversivo que se sembró con propaganda y masacres por todo el territorio nacional. En ese sentido, es un miedo a la propia incapacidad del establecimiento para conectar con una realidad a la que hoy sólo saben tratar con ESMAD y promesas. El temor a que el fin de la guerra signifique también el fin de las excusas.

    La misma Revista Semana, en su edición 1826, donde dedican una nota a las cuñas de las Farc por Youtube, se refiere a las reivindicaciones de los sectores sociales diciendo que “la única forma de darles una respuesta positiva a todas esas frustraciones ha sido la implantación del socialismo”. ¿Desconocen la Constitución del 91 o están confesando algo?

    También sería deseable que las Farc entendieran esta situación de cara al congreso de su nuevo partido y que hagan lo mismo los candidatos presidenciales que levantan la bandera de la paz. El castrochavismo es un cuento ridículo, además, porque las reivindicaciones sociales del país no se circunscriben a las insurgencias armadas, ni a sus programas, ni a una simpatía con ellas, y sólo se realizarán necesariamente por la vía de la construcción de mayorías que rompan el techo de las burbujas de los que se definen como de izquierda, liberales, verdes o independientes, entre otras. Todos los que reclaman que el Estado dialogue con las comunidades y los territorios tienen ahora el deber de emprender el mismo diálogo para reconstruir sus propuestas de cara al siglo XXI. Del centralismo y del paternalismo estamos también cansados. El fin de la guerra también es el fin de las excusas en ese sentido.

    Tenemos que convencernos de que si se cumple el plan del Acuerdo de Paz seremos un mejor país. Y eso significa un país con mayor visibilidad para muchos territorios que tienen necesidades no resueltas en contraste con una riqueza que les pasa por las manos pero no se convierte en mejor vida; una visibilidad basada en la dignidad de la exigencia y no tanto en la de la victimización. Una oportunidad de oro que no podemos perder por el miedo a los fantasmas. Ya pasamos por ahí.

    @Antequerajose

    16 de junio de 2017

     

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