• Sobre…

Primero fue la palabra.

  • Sobre el Proyecto Víctimas de Semana

    junio 7th, 2013

    Cuando se habla de víctimas hay que tener cuidado de no hacer la del cíclope, que es dejar de ver los fondos de la victimización, por quedarse sólo en los hechos victimizantes.

     

    El Proyecto Víctimas es una plataforma de visibilidad asombrosa, con numerosos relatos, cifras y  videos, realmente impresionantes. Pero es un proyecto tímido que no llama a las cosas por su nombre. Al ser una multimedia, su clave de navegación son las categorías que dispone. Desde allí se lee la apuesta de la revista Semana que lo ha realizado, y lo claro al respecto es que decidieron usarlas todas (masacres, desapariciones forzadas, bombas, atentados, etc.), menos las articuladoras, que son muy importantes.

     

    Hablemos del ejemplo más claro. En la categoría de “asesinatos selectivos”, podemos encontrar los casos de Jaime Pardo Leal o de Bernardo Jaramillo, cuando lo que corresponde allí es hablar de genocidio. ¿Cuestión de términos sin importancia? Más de diez años duró Rafael Lempkin, el abogado y lingüista que elaboró ese término,  haciendo cabildeo en las Naciones Unidas para que se reconociera como nombre del crimen que da cuenta de una política premeditada de aniquilamiento, y la imposibilidad de su comprensión como consecuencia de la guerra.

     

    La necesidad de hablar de genocidio en el caso de la Unión Patriótica no es un asunto banal. No se entiende el fondo de la estrategia que alimentó de manera decisiva al conflicto armado en Colombia, que se ejecutó con la excusa de su existencia, sin entender la serie de planes que llevaron a la destrucción de este partido, su carácter como crimen de lesa humanidad (al menos),  y no como mera suma de asesinatos selectivos.

     

    Las consecuencias de esta  mirada recortada son múltiples, y corresponden a un mismo marco de interpretación de la historia reciente del país, que también está inscrita en la Ley de Víctimas. Se dice en el Proyecto Víctimas: “el conflicto armado ha dejado un saldo…”, o “las víctimas del conflicto armado”, y las categorías que usan van todas bajo el título “Crímenes de la guerra”, como si lo que ha ocurrido pudiera entenderse fundamentalmente como consecuencia de una lógica de confrontaciones. Desde allí, es obvio que no cabe el genocidio contra la UP.  Pero más allá, y esto es verdaderamente grave, no cabe tampoco una mirada articuladora que nos permita entender qué relación hay entre las masacres y el desplazamiento que han sufrido millones de personas, con la acumulación de poder político y económico en las zonas abandonas forzosamente, es decir, el fondo de la victimización en Colombia que hoy corresponde reparar.

     

    El Ángel de la Historia que simboliza al olvido, no es un ángel ciego, sino uno que ve escombros regados, aislados, donde se tendría que ver la articulación entre el sufrimiento de las víctimas y el modelo de país impuesto a sangre y fuego. No se puede seguir creyendo que el asunto se reduce a la interpretación constitucional de la Ley de víctimas, negando las implicaciones de un marco donde se juega la batalla política por hacer de la verdad una potencia de transformación y de enfrentamiento de los enemigos de la paz que siguen mandando en muchos lugares, interesados en  torpedear el proceso de la Habana, para ejecutar más planes de acumulación violenta en impunidad.

     

    El esfuerzo es destacable. Pero hay que ir más al fondo.

     

    José Antequera Guzmán

    Jose.antequera@gmail.com

  • 9 de abril: ¡Todo el mundo a la calle!

    febrero 13th, 2013

    El próximo 9 de abril tendrá un carácter especial. La  marcha convocada #MeMuevoPorLaPaz hará de este día una fecha de la memoria activa, que puede mirar de frente a Gaitán igual que a la esperanza de la solución política del conflicto.

    El establecimiento de los días nacionales de la memoria referidos a procesos de guerra y/o genocidio es reciente en el mundo. La “era de la conmemoración” fue declarada por Pierre Norá en 1998, cuando se dieron las primeras conmemoraciones oficiales en Alemania por las quemas de libros, y sólo hasta el año el año 2005 se declaró al 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, en la Organización de las Naciones Unidas. Los años 90 en América Latina fueron también los de la disputa de los movimientos sociales por la resignificación  de conmemoraciones,  como las del  11 de marzo en Brasil o del 11 de septiembre en Chile, usadas por los gobiernos represivos como significativas del heroísmo anti-comunista y ordenador de la sociedad. La batalla que empezó a ganarse, hoy determina movilizaciones gigantescas como las que ocurren en Argentina el 24 de marzo.

    En Colombia, el 9 de abril ha sido también disputado y usado durante años. Como lo investigó el politólogo Vladimir Melo, después del asesinato de Gaitán esta fecha fue usada para la proclamación de candidaturas presidenciales, así como para la convocatoria de grandes movilizaciones reprimidas con la figura del Estado de Sitio; quiso ser celebrada como el “Día de la Revolución del Orden”, por la élite conservadora, hasta que se convirtió en el preludio simbólico del  encuentro entre la fuerza del M-19 y su emblemático represor, Julio César Turbay, que la apropiaron con banderas distintas en 1978.

    Con todo, en el 2012 se produjo un hecho que aún no ha sido atendido suficientemente en su significación política. Por cuenta de la Ley de Víctimas esta fecha es hoy, oficialmente, el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas (sic), suscitando un debate necesario. A lo impuesto (y no consultado) por la Ley 1448 le faltó el sentido transgresor del 9 de abril, su papel como clave para rastrear las causas del conflicto, más allá de la solidaridad frente a las víctimas que el Congreso, en cambio, no ha querido oficializar en fechas como el 11 de octubre, reivindicado por las victimas y sobrevivientes del genocidio contra la Unión Patriótica. Por todo esto, la convocatoria a una marcha por la paz el 9 de abril de 2013,  tiene un significado especial. Impulsada por el Frente Amplio por la Paz y con la voluntad política de la Alcaldía de Bogotá, cobra gran valor frente a la necesidad de defender el proceso de paz de la Habana permanentemente atacado por lo más obtuso de la política nacional. Pero también frente a la reivindicación de la memoria que se concreta en verdadera solidaridad cuando implica que la sociedad asume su parte en la recuperación del proyecto inconcluso que representan las víctimas, es decir, su derecho a un lugar responsable en la solución política del conflicto.

    Este año hay algo más, determinante. Como han revelado varios académicos en el informe de la Comisión Histórica del conflicto y las víctimas, la contrainsurgencia en Colombia existe desde antes de que existieran las guerrillas con las que hoy se avanza en negociaciones. Y puede existir después del acuerdo que le dé terminación al conflicto, porque existe para impedir los cambios profundizando el enriquecimiento de unos pocos. A esa contrainsurgencia la libertad de ser, la paz, la creatividad, hasta la ciencia y el conocimiento, igual que la alternancia en el poder y los cambios económicos, le han resultado siempre lo mismo: un peligro a reprimir. En ese orden, siempre tendremos que tener claro que la paz necesita sustentarse en la movilización social para que pueda ser, como efectivamente es, el gran escenario de convocatoria para la apertura de conflictividad silenciada, para la renovación de valores, para la esperanza que rebasa el silenciamiento de los fusiles.

    Una vez más, entonces, nos veremos en las calles el 9 de abril.

    Jose Antequera Guzmán

  • Generación 125

    diciembre 25th, 2012

    Agradezco al Espectador que me haya incluido en su especial con personajes destacados de 2012, a propósito de sus 125 años. Ya que algunas ideas quedaron imprecisas, asumo la oportunidad para referirme al fondo sobre la lucha por la memoria (la que merece el homenaje).

    “No me arruncho con la muerte”, titularon al perfil. La razón es que en la entrevista que me hicieron quise expresar una idea sobre el sentido de lo que venimos haciendo: El trabajo con las organizaciones de víctimas y los procesos de movilización que impulsamos con la organización H.I.J.O.S., están motivados por la necesidad de romper con el estado de miedo y apatía impuestos en el contexto de las traiciones a los procesos de paz, sobre los que se ha parado la estrategia narcoparaestatal para justificar el exterminio y el despojo, argumentándolos como consecuencias (y no como causas) propias del conflicto colombiano.

    Esa circunstancia, creo, implica varias marcas generacionales que tenemos que analizar públicamente. La primera de ellas, entre muchas, es la relación con la muerte como destino, que se ha querido imponer en Colombia para quienes impulsan alternativas de justicia social. La versión hegemónica frente a las traiciones a la paz, que se traducen en genocidio y exacerbación de la guerra, ha sido la desconexión entre la inmensa galería de la memoria de las víctimas, con el proyecto inconcluso que representan. Esto ha afectado también a los propios escenarios de la izquierda, que durante años tuvieron que mantener en el ámbito privado la frustración acumulada por el entierro de otra generación formada durante años con la potencia para realizar cambios viables y renovaciones, que también quedaron inconclusas.

    Una imagen que se me viene a la cabeza para ilustrar esta situación generacional, está en varias prácticas de protesta y movilización de las que participo. Durante los años 90, era latente el peso de la muerte erigida como destino inevitable, en las canciones, en los poemas, en los murales, y en las marchas. El ambiente lógico de los años que siguieron al asesinato de líderes juveniles como Norma Patricia Galeano, con toda la cola del genocidio que afectó a toda la izquierda, era la sombra de la amenaza. Ahora bien. Esa situación no es muy distinta en nuestro tiempo bajo la sombra de las “Águilas Negras”, pero no podemos dejar de observar un cambio que nos hemos esforzado por producir en los referentes sobre la muerte y la política, desde la memoria.

    La memoria que tenemos y levantamos (no la que se supone debemos esperar  que otros nos hagan), ha sido la clave para resignificar a nuestros muertos; romper el mesianismo que hacía intocables sus imágenes, y al mismo tiempo, rescatar sus ideas. Esto, oculto e implícito para muchos, está presente en una renovación generacional que germina en Colombia, y que está plagada de una búsqueda por renovar, pintar, rayar, y decir las cosas de otra forma.

    Hay lugares por donde pasan especialmente  las emociones que implica el orgullo doloroso con el que nos enfrentamos en la búsqueda. Uno de ellos, la universidad pública (que nunca rechazaría, siquiera), también es objeto de nuestra mayor defensa, porque todo lo que hierve allí ha sido cocinado para soñar el futuro, siempre. Como espacio fundamental también permite otra claridad: En la universidad perdimos la ingenuidad. Aunque la memoria lleve colores no es un carnaval sin rumbo, sino parte de la lucha por el poder, por la paz.

  • El 25 de noviembre y mi violencia.

    noviembre 25th, 2012

    Siempre salgo regañado cuando quiero hablar de “temas de género”. Pero necesito hacerlo ahora, por mí mismo.

    Me enseñaron una visión del mundo donde brillan las desigualdades económicas, las injusticias sociales, las batallas políticas, la historia no-oficial y mi sitio entre todo ello; una perspectiva revolucionaria para comprender y transformar las relaciones sociales, para hacernos libres,  según rezo  en mi propio discurso. Pero teniendo que comprender muchos de los problemas de la vida como abstracciones, ha sido muy poco lo que he podido encontrar acerca de la  forma revolucionaria de ver y comprender aquellas relaciones que me espetan como parte de mi felicidad o infelicidad en el nivel más intimo: las relaciones del amor, de la amistad, de la familia, etc.

    No desconozco la oportunidad que he tenido para apreciar una larga cuenta de miradas y prácticas disidentes y felices frente a estos asuntos, ni el hecho de que también han sido objeto de moldeamiento a punta de represión y exterminio. Pero en lo que a mi experiencia se refiere, me parece que los valores alternativos han sido asumidos las más de las veces como licencias temporales marginales, aisladas, incapaces de vincularse en serio en cotidianidad  de las apuestas políticas renovadoras para permitir cerrar el círculo de las mismas como propuestas frente a nuestra forma de vida concreta y presente, más acá del sueño de la macropolítica.

    Entre todos, los valores que me pesan para conjurar son los que tienen que ver con la pasada conmemoración del 25 de noviembre: El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.  Su sentido, sin duda, tiene que ver con el hecho de que exista una práctica sistemática de violencia contra las mujeres, legitimada socialmente, como problema específico por denunciar y enfrentar. Pero su potencia, como en toda conmemoración, está en la posibilidad de llamarnos a tomar en serio las implicaciones del repudio profundo de esa realidad a otros niveles.

    Aquí es donde corro el riesgo de decir cosas que me terminen por colgar de las orejas. Pero el mito de que no puedo o no debo  hablar desde mi lugar, porque soy hombre, y disfruto de los privilegios de mi posición entre la clase de los hombres,  o porque en este lugar sólo puedo expresarme con un arsenal académico, es justamente una de las limitaciones por superar, creo.

    La violencia contra las mujeres nos tiene que interpelar, a mi me cachetea, sobre nuestras relaciones en sus términos más íntimos, y por eso más silenciados. Lo que se supone natural, desde lo que significa ser hombre y ser mujer, y ser en tantos términos,  tiene que ser puesto sobre la mesa pública, incluso en contraste con el modelo de imposición narco paramilitar y el conflicto, que hoy definen hasta la moda del corte de pelo en tantos territorios.

    Ha sido difícil para mí reconocerme dentro de la relación de violencia “natural”, en mi  sitio. Y mucho más, el intentar hacerlo más allá del esquema de la culpa fácil que  tergiversa  el problema con el slogan reducido que dice “a la mujer no se le ha de tocar, ni con el pétalo de una rosa”. Sin haber ejercido violencia física contra ninguna mujer, siento vergüenza al verme replicando una forma estándar de relaciones cargadas de infelicidad normalizada. Yo debo probar mi fuerza, yo debo proveer, yo soy el hombre de la casa, yo debo ser como mi padre (también, o sobre todo, en el plano sexual), y debo soportar silencioso las conductas también “naturales” que mi posición implica. El grito, la manipulación, el celo, el deseo reprimido, la hipocresía.

    Así las cosas, me parece necesario asumir seriamente la conmemoración del 25 de noviembre: pensar la violencia inmersa y supuestamente natural de nuestras relaciones sexuales y de género, todas, como homenaje amplio a las mujeres que insisten y resisten. Hay una felicidad por ganar que vale por una revolución en sí misma, y una revolución por construir que puede ser mucho más real que tantos experimentos fracasados,  desde allí.

    Ojalá.

  • La paz es un espejo

    septiembre 7th, 2012

    Estamos podridos. Pensar en la paz en Colombia, al punto en el que estamos después de más de medio siglo de conflicto, y de masacres y desapariciones y desplazamientos que enriquecen a los que han hecho de la guerra su mejor negocio, sólo ha podido justificarse hoy como una victoria de la estrategia de guerra del Estado. ¿Es que vivir en paz, en un país democrático y  justo, dejó de ser una aspiración legítima que recoge los valores en los que se debe creen en Colombia?

    La pelea más dura de Santos, concediendo el beneficio de la duda sobre su buena voluntad, es al interior de las fuerzas que comanda. Difícil posición la de tener que convencer a la caverna colombiana y a los medios de su resonancia, sobre la necesidad de la solución política, cuando no se puede hacer ninguna concesión moral al adversario y se tiene que mostrar el camino de la paz como la parada final del camino de la guerra,  para capotear el susto del que es dueño y señor el ex presidente Uribe. Guerrear, dar de baja, dar en la cara, se han impuesto como las actitudes correctas del gobernante de turno, por lo que ahora es una odisea cualquier cosa que signifique bajar el fuego sin bajar en las encuestas.  Algo tendrá que ver con el hecho de que denunciar, o protestar sean tan repudiados cotidianamente en nuestra sociedad, autorizados  la rechifla o el insulto al sapo que se tira la comodidad del silencio.

    Abiertas las conversaciones de paz, se escuchan demasiadas expresiones en la calle y en los medios  que tienen que cuestionarnos profundamente sobre la responsabilidad de la sociedad colombiana en este proceso. Nadie sabe si llegará a buen puerto, pero si vamos a hacer memoria no se nos puede pasar observar, más allá de medir los errores en las técnicas de negociación, las actitudes de los ciudadanos de a pie frente a la posibilidad de la solución política del conflicto. Al que le caiga el guante: ¿Todavía cree usted que el dilema entre la solución política y la guerra eterna puede resolverse sin su compromiso con la paz, no como victoria, sino como valor a rescatar en un proceso de diálogo y reconstrucción nacional?

    No se puede seguir con el lenguaje hipócrita que dice que “todos los colombianos queremos la paz” pero que puede aceptar la continuidad del conflicto como parte del paisaje, cuya resolución puede dejarse en manos de los gobernantes o los comandantes. Primero, porque el conflicto está afectando la vida de la sociedad colombiana, no sólo por la victimización, sino porque su vigencia es absolutamente incompatible con todos los derechos; el modelo que pone a los soldados por encima de los ciudadanos ahoga la posibilidad de que la educación determine el desarrollo del país, y es la mejor excusa para el saqueo y el control de los territorios. Pero sobre todo, porque la paz está en el corazón y en la mente de los colombianos y las colombianas, como la base de la creatividad, el amor a la familia, la fiesta colectiva, y esas tantas cosas que a tantos les parecen, ya se han acostumbrado, ilusiones de película de Hollywood.

    Así las cosas, antes y ahora, quieran o no los comandantes, tenemos que recorrer el camino de la solución política del conflicto en nuestro país. El prejuicio de la muerte como destino, la tolerancia silenciosa de los montadores del miedo, el mito de que la ampliación de la democracia no tiene nada que ver con nosotros; todo eso nos toca. Por las víctimas de todas las traiciones al anhelo que nos pertenece como pueblo, es hora de vernos en el espejo de nuestra responsabilidad como sociedad en la construcción de la paz.

    Jose Antequera Guzmán

  • 13 de agosto: Día Nacional de la Esperanza.

    agosto 13th, 2012

    Homenaje a Jaime Garzón.

    «Cada personaje de Jaime es un tipo de verdad oculta, segregada tras el muro de la hipocresía que subyace a lo mágico de las contradicciones macondianas. Y él mismo, un ejemplo de desparpajo frente a la vida como el que se necesita para nunca sentirla perdida»

    Leer más en: http://hijosenbogota.blogspot.com/2012/08/jaime-garzon-13-de-agosto-dia-nacional.html

  • El Polo tiene que decirle sí a la paz.

    agosto 2nd, 2012

    La posición de Carlos Gaviria  con respecto a la Marcha Patriótica, resaltada por Rodolfo Arango en la columna “El Polo dice no a la Marcha”, demuestra una mirada equivocada y decepcionante frente a la paz  que merece un cuestionamiento profundo.

    En la pasada Conferencia Ideológica del Polo, Gaviria expresó una mirada que comparten varios dirigentes de izquierda. No se puede apoyar a la Marcha, según el resumen de Rodolfo,   porque: “El PDA ha sido y es un partido democrático que rechaza la violencia como medio para acceder al poder. Si el Polo apoyara la marcha, no siendo claros sus orígenes y propósitos, cometería el error histórico de arriesgar las vidas de sus integrantes en una posible reedición de lo sucedido a la Unión Patriótica y facilitaría la treta de los enemigos de la izquierda que igualan al PDA con la guerrilla”. En otros términos, como lo dijo Gaviria, hay que evitar “la parábola de la Unión Patriótica”.

    Más allá del problema de si el Polo se une o no con la Marcha, me quiero referir a lo equivocado de los argumentos, por varios motivos que son uno solo: Estigmatización, incomprensión sobre el reto de la paz, y negacionismo frente al genocidio de la UP.

    Todo ejercicio de organización y proyección política de esa población históricamente estorbosa para el progreso capitalista en Colombia, mandada a exterminar desde los años 40, excluida del Frente Nacional, traicionada durante los procesos de paz de los 80, y aún no incluida en el país de la Constitución del 91, ha significado una batalla de sujetos de carne y hueso por el favorecimiento de una apuesta por la política, el diálogo y la paz. Asumir eso ha sido asumir la  posición política más arriesgada posible en Colombia, a voz en cuello y pecho descubierto,  porque significa asumir la representación del pueblo colombiano asumiendo el hecho que, en la realidad,  las fronteras entre lo legal y lo ilegal sólo están definidas en la mente de los jueces citadinos, y de que existen dinámicas de violencia y motivos para que las confrontaciones armadas manden la parada con los que hay que bandearse todos los días.

    Y es eso, una puja por esa apuesta,  lo que determinó la creación y el desenvolvimiento de la Unión Patriótica, así como hoy puede ser lo que  determina la creación y el desenvolvimiento de la Marcha. Y más allá, es eso lo que determina el tipo de acción que hoy convierte en protagonistas nacionales al movimiento estudiantil y al movimiento indígena a quienes también les toca debatir para que prime la palabra,  la movilización y la unidad, sin caer en posiciones fáciles sobre lo que significan el tropel o la guerra. Hay que armarse de argumentos más contundentes que cualquier otra arma, y desde allí movilizar políticamente al pueblo, que es el pueblo que tiene que representar la izquierda del color que sea y del nombre que sea, para apostarle a la política a pesar de los motivos y las dinámicas que la incompetente oligarquía se ha negado a resolver con propuestas serias y cumplidas  de solución política del conflicto colombiano.  Y es desde allí  que han salido desarmados tantos liderazgos  como en la UP, y le han puesto la cara al debate público, y han tenido que soportar todo el peso de las estigmatizaciones y de la judicialización, y los pedidos absurdos para que reduzcan su posición y se definan entre el blanco y el negro.

    La incomprensión sobre lo que significan las apuestas por la solución política del conflicto, las que rebasan el discurso y se involucran en la organización popular, conduce a respuestas equivocadas. No sólo a llamar “parábola” a un genocidio, y desconocer la existencia de una política de exterminio frente a la UP, sino a repetir, ahí sí, la pésima posición que deja en el limbo a los que se la juegan, perdiendo la batalla que han querido librar, imponiéndose la razón de la guerra como ha pasado, y quedando expuestos a los asesinatos que luego sí se reivindican con homenajes y golpes de pecho.

    Esa no es la respuesta que esperamos del Polo quienes hemos asistido a la imposibilidad de alcanzar la paz desde el inicio de procesos coincidentes con el neoliberalismo y la política de despojo que hoy denunciamos como movimientos sociales. Y no se trata de que resolvamos el problema con la decisión de juntar el Polo con la Marcha Patriótica, insisto.  Se trata, en últimas, de que la izquierda, toda, asuma el compromiso histórico que pasa por evitar la estigmatización como recurso para mantener una supuesta hegemonía que más bien es vanguardismo, y se aviente con la verdad en la mano a alcanzar el sueño incumplido de la paz con todo lo que ello implica.

  • Guardia, Guardia. Fuerza, fuerza…

    julio 25th, 2012

    «Es absurdo, entonces, que se siga transmitiendo la situación en el Cauca con esa mirada estrecha, racista, equivocada como siempre en la ruta para alcanzar la paz. No es nada útil el eco desde los medios que repudia la violencia, pero que termina por enlazarse de manera perversa con el racismo que ha justificado durante largos siglos el proceso de despojo y exterminio contra los pueblos en Colombia».

    Informe completo de lo que vimos y sentimos en el Cauca, con H.I.J.O.S.

    http://hijosenbogota.blogspot.com/

    Foto. José Antequera Guzmán.

  • Patrón es patrón.

    junio 11th, 2012

    Las críticas a la Serie “El Patrón del Mal” suelen concentrarse en el riesgo que implica que los niños y jóvenes, sobre todo, se identifiquen o admiren a Pablo Escobar. Sin embargo, aunque válidas, me parecen mal enfocadas.

    Patrón es patrón, y no se hace alguien a una posición de esas porque no tenga características que, aisladas de las consecuencias de las acciones, puedan producir admiración. Inteligencia, valentía, liderazgo, carisma, son elementos que se pueden encontrar en personajes como Escobar o en Castaño, por lo que reconocerlos es un riesgo fácil. Investigue cualquiera la infancia de los asesinos más grandes de la historia, los momentos de dolor y los sentimientos de miedo que les han envuelto, y será difícil que no digan, como el investigador ficticio de la vida del asesino de Trotski en la novela “El hombre que amaba a los Perros”, que sienten asco de sí mismos. Peor aún cuando eso les pasa a los jóvenes que compran “Mi Lucha” y terminan en el absurdo ignorante de reclamarse neonazis tropicales.

    Pero es que resulta que ver a los personajes como Pablo Escobar como seres humanos es una necesidad. Sacarles de la idea de monstruos es lo único que permite preguntarse por las circunstancias que los marcaron y lo que debemos transformar para impedir la continuidad o la recurrencia de sus acciones. Eso es parte de hacer memoria. Pero el ejercicio está incompleto, y ciertamente es riesgoso, si uno no pone al personaje en el contexto y los contrastes necesarios que permiten balancear los valores que por humano y patrón encarna.

    Allí es donde está, a mi juicio, el error de la serie. Yo estoy seguro, en eso confían los realizadores, de que viene una parte en la que se verán las bombas y la sangre, y hablarán víctimas, y se verá llanto, como la manera de contrarrestar el sentimiento compasivo que ahora temen muchos. Incluso, ya comienzan a aparecer los personajes de Galán, Lara Bonilla y Guillermo Cano para ponerse por encima en valor y demostrar quiénes representan a los patrones del bien. Pero eso no será coherente ni suficiente.

    El error de la serie es el personalismo y la manera de su elaboración. Si no se han fijado, los únicos que llevan nombre propio son unos cuantos personajes patrones todos en su lugar, mientras que los asuntos del contexto se dejan con nombres y características genéricas, de ficción, con representaciones realmente opuestas al ser de los patrones; vacíos de valor, como mandan los manuales que tenemos que representar públicamente a los subversivos, o vacíos de poder como nos manda entender a los pobrecitos capos que un día se hacen matones porque alguien vino y les robó su caballo favorito. Y eso pasa particularmente, qué casualidad, con los que podríamos vincular al presente inmediato de juicios en curso. Por esa vía, en vez de una mirada crítica del presente, se está promoviendo una afirmación de los lugares comunes sobre el pasado: Que la guerrilla es la génesis de la violencia, no importa si se llama M-20 o J-50 y que el problema con los paramilitares es que sean ilegales, porque su violencia es una reacción legítima ante el secuestro.

    La cuestión, entonces, es qué tanto se puede cuestionar a los patrones del presente en una serie del TV, por la vía de una memoria amplia que nos quite de encima el paradigma de que la historia de Colombia es una sucesión de personajes, más malos o más buenos, mientras el desvelamiento de la máquina de despojo y exterminio se nos sigue escapando de las manos.

    José Antequera Guzmán

  • Nuestro llamamiento por la paz.

    mayo 9th, 2012

    A ver si nos ayudan a que se escuche.

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